La naranja amarga es “hija de un mandarino y una pomelo, y a su vez madre del limonero”.
El año pasado, se publicó en la insigne revista Nature un artículo titulado Genomics of the origin and evolution of Citrus, de diversos autores -entre ellos varios científicos españoles del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) y el Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF)- en la que se desvelaba el árbol genealógico de los cítricos que hoy se cultivan por todo el mundo.
El papel del naranjo amargo ha sido fundamental en la extensión del cultivo de los cítricos por todo el mundo. De hecho, el Citrus × aurantium, la naranja de Sevilla, ha sido una de las especies portainjertos más utilizadas históricamente para cultivar cítricos: naranjas, limones, pomelos, limas, mandarinas, bergamota, cidros… Su gran resistencia a diversos tipos de suelo, a las heladas, al calor intenso, a la salinidad y la sequía (además de a no pocas enfermedades y parásitos) lo hicieron prosperar como “porteador” de crecimiento de muchos de sus familiares.
Su talón de Aquiles resultó ser una enfermedad de triste nombre, un closterovirus denominado “Citrus tristeza virus” (CTV), que arrasó durante el tercer tercio del siglo XX las plantaciones españolas, y obligó a abandonar al naranjo amargo como base de injerto de la mayoría de cítricos, a excepción del limonero. Por suerte, su uso como especie ornamental en las calles y plazas lo salvó de su triste destino, y de desaparecer de nuestras tierras.
Ciertamente, la proporción de naranjos amargos es tan alta que cualquier infección biológica o plaga podría tener un gran impacto en la ciudad, de ahí que resulte comprensible contener la proporción de los mismos, garantizando una sana biodiversidad.
Sin embargo, podríamos sondear la posibilidad de comenzar a injertar algunos de ellos con especies seguras de otros cítricos, como el limonero, y de forma controlada (o reponiendo) con otras variedades de naranjas, transformando la ciudad en una huerta comestible y hospitalaria, sin renunciar al carácter cítrico de la misma.
Experiencias similares vienen realizando colectivos artístico como Fallen Fruit o guerrillas grafters en Norte América, injertando poco a poco ramas frutales en árboles urbanos ornamentales. Su objetivo es transformar las calles en bosques alimentarios, que pongan a disposición de los ciudadanos frutas deliciosas y nutritivas.
Una huerta en medio de la ciudad, es precisamente lo que pretende el lepero José Manuel Aguaded, quién viene injertando los naranjos agrios de las calles de la ciudad onubense atendiendo a las necesidades de sus vecinas.